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Estos cambios se le atribuyen al cambio climático y las acciones del hombre.

El océano, a menudo considerado un recurso inagotable, comienza a mostrar signos visibles de su vulnerabilidad. Y este oscurecimiento gradual, aunque sutil, es una advertencia más.

Durante los últimos veinte años, el color de los océanos ha ido cambiando lentamente. Y si el agua parece oscurecerse, no es solo cuestión de estética. El fenómeno se debe a una preocupante transformación del clima y la vida marina.

Un equipo de científicos de la Asociación de Biología Marina y la Universidad de Plymouth en Reino Unido arrojó a la luz sobre este desarrollo en un estudio publicado recientemente en Global Change Biology. Tras analizar dos décadas de imágenes satelitales, los investigadores observaron una disminución significativa de la claridad de las aguas marinas. Entre 2003 y 2022, más del 21 % de los océanos experimentaron un oscurecimiento visible. Y los hallazgos van más allá: en algunas zonas, la luz ahora solo penetra a profundidades mucho menores que antes.

Este fenómeno afecta directamente a la llamada zona fótica, la capa superior del océano atravesada por la luz solar. Es en esta zona donde se produce la mayor parte de la fotosíntesis marina, gracias a la acción del fitoplancton. Este proceso es la base de toda la cadena alimentaria marina, así como de la producción de oxígeno a escala global.

En las regiones más afectadas, la profundidad de esta zona fótica ha retrocedido más de 50 metros, el equivalente a un edificio de 15 pisos. Y en el 3% de las aguas analizadas, el descenso supera los 100 metros. Estas alarmantes cifras demuestran que no se trata simplemente de una tendencia local, sino de una transformación estructural del océano global.

Las causas de este fenómeno son múltiples, pero tienen algo en común: todas están vinculadas a las actividades humanas y a los efectos del cambio climático.

Entre los factores identificados están el crecimiento descontrolado de algas, que bloquean la luz, además del aumento de la temperatura superficial, que altera la circulación de nutrientes y afecta la transparencia del agua; también está la creciente presencia de contaminantes como microplásticos, materia orgánica que alteran la claridad e incluso, en algunos casos, luz artificial vinculada a las actividades costeras.

Este cóctel de perturbaciones hace que el agua sea más densa, menos clara y empobrece las zonas donde penetra la luz, comprometiendo el delicado equilibrio de la vida marina.

Lo que está en juego aquí va mucho más allá de la simple cuestión del color del agua. Menos luz implica menos fotosíntesis y, por lo tanto, menos producción de oxígeno. Esto también implica condiciones menos favorables para muchas especies que dependen de la luz para desplazarse, reproducirse o alimentarse.

Esta situación podría tener consecuencias a largo plazo para la biodiversidad marina, pero también para la humanidad. Una parte importante del oxígeno que respiramos se produce en los océanos mediante microorganismos fotosintéticos.

A ello se suma el problema alimentario: la pesca, ya debilitada por la sobrepesca y la contaminación, podría verse aún más afectada si ciertas especies de peces migran o desaparecen de las zonas afectadas.

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