Por Rosalba Azucena Gil Mejía.

Hablar de visibilidad es hablar de dignidad. Porque todo esfuerzo sostenido merece ser reconocido. Toda trayectoria construida con compromiso, merece espacio entre todos nosotros. Y toda persona que ha trabajado desde la base, con ética y compromiso merece ser parte de las decisiones que transforman la vida pública.
Los techos de cristal no son mitos. Existen ahí donde se imponen etiquetas, donde se duda del talento por prejuicio, donde las oportunidades no alcanzan a tod@s por igual. Son las barreras con tonalidades cristalinas, invisibles solo para quienes no desean verlas que frenan el crecimiento de quienes, pese a su gran talento, capacidad y esfuerzo, se enfrentan una y otra vez a esquemas que ya no responden a nuestra realidad.
Pero el poder también puede evolucionar, transformarse y mejorarnos. Y para lograrlo, se necesita voluntad y una mirada que entienda que la justicia comienza desde adentro: desde quienes la procuran, desde cómo se ejerce y desde la forma en que se abren los espacios para todos por igual.
La visibilidad como lo han señalado “no es una concesión”, deberíamos enfatizar que es una condición para construir instituciones más fuertes, más legítimas y más cercanas a tod@s. Hacer visible el esfuerzo, el talento y el trabajo no es premiar, es reconocer lo que existe. Porque cuando se reconoce el mérito, el compromiso y se dignifica el servicio público.
Hoy tenemos la posibilidad —y la responsabilidad— de abrir camino a nuevas formas de ejercer el poder. Formas que escuchen, que aporten, que sumen, que incluyan. Que no teman transformar, sino que abracen el cambio con la certeza de que otro ejercicio del poder es posible. Uno más empático, más cercano, visible y más justo para tod@s.