Por Rosalba Azucena Gil Mejía
Cierre de candidatura: cuando el voto es una forma de decir quiénes somos

Esta candidatura no nació de una ocurrencia, nació de una vida. De una historia familiar marcada por el esfuerzo, de una vocación que no se improvisa, de la certeza —profunda y callada— de que la justicia no puede seguir siendo una promesa lejana. Nació de mirar de frente las cicatrices que formaron carácter, sensibilidad y compromiso.
Hoy cerramos este capítulo con la frente en alto. Porque no se trató solo de buscar un lugar, sino de nombrar una posibilidad. De decir con cada palabra, con cada encuentro, que otra forma de hacer justicia es posible: una más humana, más empática, más consciente del origen y del destino de quienes servimos.
A lo largo de esta campaña hablamos del trabajo invisible, del valor de la entrega diaria que pocos ven, pero que sostiene vocaciones enteras. Hablamos de infancias marcadas por la responsabilidad temprana, de mujeres y hombres que crecieron en el silencio de la necesidad y que, desde ahí, aprendieron a cuidar. Hablamos de sueños que no nacen de la ambición, sino de la experiencia de haber vivido la falta, y de querer ser parte de la respuesta.
Hoy, al cerrar este ciclo, no hay promesa que valga más que el camino recorrido. Y ese camino nos enseñó que el voto no es una rutina: es una declaración. Es decir “esto quiero, esto soy, esto me importa”. No elegimos personas, elegimos propósitos. No votamos por discursos, votamos por historias que nos hacen sentido, por trayectorias que nos hablan de verdad, de trabajo, de entrega.
En tiempos donde la desconfianza crece, elegir con fe es un acto valiente. La fe en que podemos construir una justicia que no esté alejada de las personas. La fe en que los cargos públicos deben ser espacios para servir, no para escalar. La fe en que lo que nos dolió también puede ser lo que nos haga justos.
Gracias a quienes caminaron este proceso con apertura, con preguntas, con crítica, con apoyo. Esta candidatura fue una invitación a creer que se puede llegar al poder sin traicionar la raíz, sin olvidar el origen, sin negociar la vocación.
Hoy, más que nunca, elegimos creer. Porque cuando la justicia se vuelve un propósito de vida, el futuro deja de ser un lugar incierto y se convierte en un espacio por construir.